lunes, 2 de junio de 2003

HAY UN CAMINO A LA IZQUIERDA

La caída de la URSS supuso, para toda la izquierda, uno de los mayores golpes que hemos tenido que soportar. La URSS era un modelo real –con todos sus defectos y virtudes- que había nacido de una gran victoria de los trabajadores en la lucha de clases; se había transformado en un referente para todos los que luchábamos en países cuyos estados estaban dominados por la burguesía; todos los desheredados de la Tierra, conscientes de su dominación, veían en el Ejército Rojo un muro de contención al imperialismo; la clase trabajadora en el resto del planeta, se veía fortalecida en sus luchas al sentirse apoyada por una fuerte retaguardia; el capitalismo cedía ante nuestros empujes por miedo a la posibilidad real de una extensión de la revolución, aceptando el estado del bienestar como un mal menor... Desde entonces, hemos ido viendo como la derrota nos ha llevado a una situación desesperada y angustiosa. Hemos perdido un modelo real que nos servia de referente, los desheredados de la tierra buscan una salida en el nacionalismo, el fundamentalismo religioso o el fascismo, la clase trabajadora se ha visto tremendamente debilitada al perder su retaguardia y los capitalistas han retirado las concesiones que nuestra posición de fuerza les había obligado a realizar. Durante estos años hemos tenido que escuchar que habíamos llegado al “final de la Historia”, que ya no existían las ideologías, que todas las opciones políticas eran similares, etc. La realidad ha desvelado que no es así. La Historia no ha llegado a su fin por que sigue habiendo lucha de clases, las ideologías, como consecuencia de ello, siguen existiendo y por tanto, las opciones políticas también son diferentes. En unos pocos años la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se ha transformado en un inmenso papel mojado, pisoteado por las ansias de dominio económico del capitalismo que, bajo las premisas de un neoliberalismo doctrinario, aplicado a rajatabla y sin ninguna concesión, ha transformado a todas las personas del planeta en esclavos de una mercado que, lejos de ser libre, está dominado por los grandes poderes económicos y financieros, sustentados, política y militarmente, por el gobierno de los EEUU y sus satélites europeos. El vergonzante papel que la socialdemocracia ha tenido en todo esto, con su abandono del marxismo y su aceptación del neoliberalismo como ideología, ha relegado a la clase trabajadora occidental a un papel de comparsa  y cómplice de la dominación de todo el mundo y de su propia esclavitud. La vieja izquierda europea se ha transformado en fiel guardiana del estado burgués, apostando por la claudicación, al no reconocer que el pacto social existente era consecuencia de la presión que el bloque soviético y los partidos comunistas occidentales, capitaneando a la clase trabajadora, ejercían sobre el poder capitalista.


Las grandes derrotas del siglo XX no deben servir para rechazar lo realizado hasta ahora, si no para afianzarnos en los aciertos. No debemos “rasgarnos las vestiduras” cuando hablamos de la URSS, si no que debemos reivindicar los elementos positivos que la existencia del bloque socialista tuvo para toda la humanidad. Hay que pensar que mientras en la Unión Soviética se realizaban purgas y se perseguía a los disidentes, en el mundo capitalista también se hacía otro tanto. ¿O ya se nos ha olvidado la era MacCarty en EEUU y la existencia de numerosas dictaduras como la de Franco y Pinochet? No podemos seguir negando que la URSS fue un producto surgido de nuestras propias filas para combatir al capital y que su existencia provocó cambios tendenciales muy favorables a los desposeídos del mundo. El objetivo sería recuperar modelos conociendo los errores del pasado para no repetirlos, pero también recordando los aciertos para, reafirmándonos en ellos, reproducirlos. Todo el mundo quiere “hacer leña del árbol caído” sin pensar que ese árbol tenía unas raíces asentadas sobre la victoria de los oprimidos frente a los opresores aunque, en algunas ocasiones –menos de las que se nos quiere hacer ver- sus frutos no fueran los apetecidos. Desde que ese “árbol” fue talado, como consecuencia de la victoria del capitalismo en la lucha de clases desarrollada durante el siglo XX, todos nos hemos puesto a admirar el árbol del vencedor, cuyas raíces se asientan en la dominación del capital sobre el trabajo, del poder del estado burgués sobre los pueblos y que, aunque durante un tiempo dio algún fruto sano, como el estado del bienestar, desde la caída del muro no da siquiera frutos. Si bien, el árbol revolucionario fue cortado, sus raíces siguen estando bajo la tierra, esperando ver surgir un nuevo retoño. Las mismas causas que lo hicieron nacer, siguen existiendo y, conforme transcurre el tiempo se abre, cada vez más, el espacio existente entre las clases dominantes y las clases dominadas. Debemos cuidar y regar esas raíces para que nuevamente resurja la esperanza. La Recuperación de la Memoria Histórica, tratada desde el punto de vista del Materialismo Histórico, tiene como misión la búsqueda de esas raíces, que son la base para construir la nueva alternativa a la barbarie.

Si el marxismo revolucionario, la existencia del Partido y la lucha de clases han servido para mejorar la vida de millones de personas ¿Por qué renunciar a ello? Haber sido derrotados, no significa que la lucha de clases haya dejado de existir, ni que el Partido ya no sea necesario, ni que el marxismo haya fracasado. El Capitalismo sí que es el fracaso porque no es capaz de solucionar los problemas de las personas, ya que ese no es su objetivo. El capitalismo sólo quiere beneficios y las personas le dan igual. Haber sido vencedor momentáneo, en la actual etapa de la lucha de clases, no significa que las sociedades que produce sean modelos a seguir.

Entender positivamente la pluralidad de la izquierda, asumiendo que las diferencias ideológicas no deben volver a zanjarse nunca mediante la eliminación física, debe tomarse como base para la construcción de la izquierda del siglo XXI. El reencuentro y la refundación deben tener como hilo conductor el respeto y la acción política concreta. Escudarse en la existencia del estalinismo, para borrar de “un plumazo” todos los elementos positivos y los logros conseguidos, es un grave error que cometemos en la actualidad, transformando el ejército anticapitalista en un sinfín de grupos heterogéneos, aislados y enfrentados entre sí, viendo al resto como enemigos, incapaces de mostrar un amplio frente de combate capaz de ser eficaz en la lucha. La aspiración debe ser construir una gran trinchera, dividida en frentes y sectores de lucha, basados en una unidad de acción concreta y cotidiana, ligados entre sí por el Partido.

No podemos seguir tratando de construir pequeños grupos sectarios alrededor de las viejas diferencias ideológicas del siglo XIX y XX para defender espacios de poder que sigan provocando fraccionamientos. La reivindicación del marxismo y de las aportaciones positivas realizadas por todos los teóricos que lo han ido enriqueciendo, a lo largo de décadas, debe ser el germen para romper la actual “sopa de siglas. Hemos asumido todos los elementos negativos del pasado mezclados con la asunción de muchas actitudes del enemigo. El sectarismo se ha dado la mano con las ansias de protagonismo individualista que propugna el neoliberalismo, transformando todo el movimiento anticapitalista en una especie de “Operación Triunfo”, donde todos quieren ser estrellas, aupadas a la fama, sobre teoricismos estériles o posibilismos absurdos que nada tienen que ver con la filosofía de la praxis.

Pero yendo más allá, tampoco podemos pasarnos la vida usando las “medias tintas”. La lucha de clases, no es una lucha entre partidos, sino entre grupos sociales. Unos grupos son más poderosos y dominan a los demás, otros, son más débiles y son dominados. El enfrentamiento entre dominantes y dominados es lo que llamamos “lucha de clases”. Esta lucha se da en todos los órdenes de la vida y de la Historia. La dialéctica de los enfrentamientos, produce que unos grupos sean derrotados por otros y esto, a su vez, provoca cambios de tendencias sociales, políticas, económicas y culturales. Como en toda lucha, en ésta, hay enfrentamientos, alianzas, etc. Normalmente, aunque siempre hay diferencias internas, los grupos sociales tienden a polarizarse y agruparse en dos grandes grupos: dominantes y dominados. Lo que nos diferencia a los comunistas de otras fuerzas políticas de izquierda es que no hemos renunciado al marxismo y, analizando la realidad, buscamos la contradicción principal para saber, en cada momento que estrategias vamos a utilizar, quienes son nuestros aliados y quienes nuestros enemigos. Nuestro deber es aliarnos con el “Diablo” y los “Cuatro Jinetes del Apocalipsis”, si fuera necesario, cuando estos atacan lo que sustenta toda el sistema de dominación: EL IMPERIALISMO. El enemigo nos domina, nos asesina cuando considera que somos un estorbo y destruye cualquier intento emancipador mediante el fuego y la mentira. Tenemos un profundo desconocimiento de la Historia. Cuando hablamos de lucha de clases, hablamos de esclavos y amos. No estamos hablando de algo inexistente, si no de una dominación real que se da en todos los ordenes de la vida. No es lo mismo Espartaco matando patricios para liberar a los esclavos, que Crasso crucificando rebeldes, en la Vía Apia, por haber buscado la libertad. Todos admiramos y reivindicamos la figura del gladiador rebelde, pero cuando aparece un nuevo Espartaco matando a los patricios modernos y a sus lacayos, nos llevamos las manos a la cabeza y, asumiendo el lenguaje del enemigo, lo llamamos atentado terrorista. ¿A que estamos jugando? ¿Qué pretendemos? ¿Ser los “Pepito Grillo” de todo el sistema de dominación para mantenerlo? Cuando el enemigo nos ataca dentro del marco legal del estado de derecho, debemos defendernos de la misma forma, pero si el enemigo ataca a sangre y fuego, nosotros no debemos llevarnos las manos a la cabeza cuando la resistencia se lleva a cabo a sangre y fuego. Estamos paseando por la Historia, en la actualidad, tratando de “quedar bien” con todas las partes, cuando lo que se trata es de liberar a una de ellas: las clases dominadas y explotadas por el capital. El enemigo ya no negocia con una pistola puesta sobre la mesa, si no con un ejercito imperial dotado de millones de armas de destrucción masiva. Sin embargo, nosotros nos empeñamos en obviarlo y nos sentamos a negociar sin darnos cuenta que, desde hace varios años, no estamos negociando nada, si no sentándonos a la mesa del amo para recibir, de forma sumisa, la noticia sobre la retirada de un derecho o la aplicación de un nuevo deber. El pacto social que favoreció la existencia del estado del bienestar quedó enterrado bajo las ruinas del muro de Berlín. ¿O es que aún no nos hemos enterado? Por que el enemigo si se ha enterado, los sabe y se da perfecta cuenta de ello, cada día nos lo demuestra. Basta repasar la pérdida de derechos sociales y políticos de los últimos años. La propiedad privada se ha transformado en el derecho por excelencia y todos los demás derechos quedan conculcados, supeditados y limitados por ella. Todo derecho se está viendo como un servicio, es decir como un producto y, por lo tanto, los medios para satisfacer necesidades humanas, reconocidas como derechos, son vistos como un medio de producción susceptible de ser privatizado y usado para la obtención de plusvalías.

La complejidad de la sociedad en que vivimos nos deja poco tiempo para pensar y mucho menos para actuar. Sin embargo, esa dinámica vital en la que nos vemos inmersos debe inducirnos a reflexionar, aunque todos sabemos que los miembros de un ejercito derrotado, en muchos casos, tan sólo buscan, desesperadamente, una tabla de salvación, incluso entregándose al enemigo y traicionando a sus antiguos compañeros. Por eso, reflexionar no debe transformase en un mero ejercicio mental, si no en la planificación de acción política concreta, para construir nuevas alternativas al modelo alienante e injusto en el que vivimos. A medida que evoluciona la situación histórica, la teoría debe ser continua y adecuadamente desarrollada y debe existir una relación dialéctica entre teoría y práctica. Es decir, debemos analizar la realidad que vivimos, pensar como actuamos para cambiarla y, bajo la experiencia de la acción diaria, volver a teorizar para seguir avanzando, corregir errores y reproducir aciertos. Esto es lo que Gramsci llamaba “filosofía de la praxis” y define como debemos actuar, desde la izquierda, para que seamos capaces de vencer, en la lucha de clases que va a desarrollarse en el nuevo ciclo histórico.

En primer lugar, debemos asumir que la Historia la hacemos las personas y que, por lo tanto, no es algo que sucede al margen de nosotros. Son nuestras acciones u omisiones las que la determinan. Por lo tanto, no vale ponerse mil excusas para quedarse quietos ante la barbarie y tampoco sirve la teorización vana sobre lo que ha de realizarse. La elaboración teórica debe implicar acción sobre la realidad existente. Teniendo en cuenta que la Historia es el resultado de la lucha entre fuerzas contrapuestas, tenemos que intentar ser la fuerza determinante y, para ello, nuestra voluntad debe encarnarse en la sociedad, en conquistar la hegemonía cultural entre las masas. Esta dialéctica entre teoría y práctica es necesaria para no caer en planteamientos teóricos ajenos a la acción política, ni en pragmatismos exentos de análisis teórico que nos acerquen a ver la victoria de las clases dominantes como algo natural e irreversible.

Hemos llegado a un momento histórico en que las fuerzas conservadoras, como consecuencia de su victoria en la lucha de clases desarrollada en el siglo XX, se han adueñado de muchos de nuestros conceptos y principios, desnaturalizándolos y usándolos de forma reaccionaria. Para encubrir sus acciones utilizan, de forma torticera, palabras tales como solidaridad, justicia, democracia, etc. Incluso, han acuñado conceptos nuevos que, mezclando significados y adjetivando sus propios conceptos, encubren sus viejos objetivos, por ejemplo: economía social de mercado, guerra humanitaria, democracia representativa, etc. De esta forma, no sólo usan la coacción cuando la necesitan, si no que también dan dirección política y cultural a toda la sociedad usando el engaño y la mentira o, para llamarlo mejor, las medias verdades. Esta dominación ideológica está sirviendo a la actual clase hegemónica para crear una falsa conciencia en las clases dominadas y evitar que aparezcan, de forma evidente, los conflictos sociales existentes en una sociedad dividida en clases.

La lucha cultural pone en evidencia las contradicciones y confrontaciones sociales. Esto pone sobre el tapete la importancia que el papel del mundo de la cultura tiene en la sociedad. La posibilidad de desenmascarar la gran mentira que se esconde bajo el manto de la guerra se vio tremendamente fortalecida por la adhesión a la lucha de millares de intelectuales. Sin embargo, no es la guerra la única contradicción o conflicto que existe. La guerra es la manifestación más virulenta de la lucha de clases, su consecuencia más dramática y constante, pero no su origen.

En los últimos meses hemos visto millones de personas ocupando las calles, mostrando su inconformidad con las agresiones que los gobiernos imperialistas ejercen contra los pueblos para dar satisfacción a las ansias de beneficios económicos de las multinacionales, ganar ventajas en la competitividad y cubrir objetivos geoestratégicos. Una vez terminada esta gran riada popular se plantean una serie de cuestiones: ¿Cómo conseguir mantener la tensión en la calle? ¿Cómo seguir dotándonos de los elementos de análisis necesarios para seguir razonando y seguir movilizándonos ante cualquier injusticia?¿Sobre que frentes de lucha vamos a construir el nuevo bloque histórico? ¿Cuál es el objetivo de todo revolucionario consciente?

Los frentes de lucha y el enemigo están suficiente y claramente definidos. El neoliberalismo, la globalización capitalista y la guerra son las tres grandes injusticias que combatir. El poder imperial de los EEUU y sus satélites son el enemigo principal. Los ejércitos imperiales, incontestables en estos momentos dada su capacidad de destrucción, son la base sobre la que se sustenta todo lo demás. Cualquiera que cuestione ese poder, aunque sea de forma coyuntural, se transforma, en ese preciso momento, y mientras dure el enfrentamiento, en nuestro aliado. Esto define toda una política de alianzas complejas, temporales y, en algunas ocasiones, contradictorias.

El problema principal es como, de forma cotidiana, somos capaces de romper la dominación cultural del enemigo, que trabajo político debemos desarrollar para introducir cuñas en sus circuitos de dominación ideológica para romperlos.

En primer lugar, tenemos que diferenciar gobierno y poder. Quien controla el poder controla el gobierno, sea éste del signo que sea. Luego nuestro objetivo no es conquistar el gobierno, sino el poder del Estado. Ganar las elecciones sin la complicidad de una fuerte base social no es conquistar el poder, si no gobernar. Y gobernar, mientras que sigue controlando el poder el capital, sólo tiene dos salidas: mantenerse firme y morir o claudicar traicionando nuestros principios. Si desde la izquierda seguimos tratando de ver las elecciones como la forma de llegar al poder, sin prestar atención a la construcción y vertebración de nuestra base social, estamos abocados a la muerte o a la claudicación. En una democracia burguesa representativa, las elecciones deben ser, para la izquierda, no el medio para gobernar, si no una auténtica vara de medir la situación social y una forma de poner en las instituciones a hombres y mujeres capaces de expresar y apoyar las luchas populares. No podemos seguir asentando las diferencias con la derecha en nuestra supuesta mayor capacidad de gestión de lo posible. Si no somos capaces de elaborar propuestas que, en lo cotidiano, nos acerquen a nuestro objetivo principal, no solamente no estamos construyendo hegemonía, sino que estamos colaborando en la desarticulación de nuestra base social. No es muy complicado realizar una análisis de cualquier conflicto y ponerlo en relación con la contradicción principal para que las propuestas de la izquierda provoquen cambios tendenciales en lo cotidiano; sin embargo, seguimos asistiendo al espectáculo bochornoso de muchos de nuestros candidatos jugando “a ver quien la tiene más grande” con el enemigo. Sin una base social fuertemente articulada no hay posibilidad de hegemonía ni contrapoder y, por lo tanto, los cargos públicos de la izquierda se transforman en prisioneros de las instituciones burguesas. Para ser capaces de conquistar verdaderamente el poder, debemos ser hegemónicos y, ganar hegemonía en la sociedad supone sumar personas al proyecto emancipatorio. El factor humano es fundamental en la construcción de una sociedad fuertemente organizada capaz de conquistar y controlar el poder del Estado. El dilema está en que lo que tenemos que hacer, en lo cotidiano, para que, cada día, un mayor número de personas tome consciencia y se involucre en actividades ajenas a la cadena de consumo del sistema.

Fueron muchos los factores que determinaron la voluntad de las oligarquías españolas, aliadas con los poderes económicos occidentales, el imperialismo, una parte del ejército y la Iglesia Católica para que decidieran terminar con la II República Española, pero hubo uno, en especial, que ponía en peligro todos sus privilegios: la capacidad de construcción de sociedad organizada que tuvo la izquierda española durante todo el periodo republicano. Durante aquellos años, raro era el barrio o la localidad que no contaba con una casa del pueblo, un ateneo republicano o libertario, clubes y sociedades deportivas de todo tipo, tertulias y cientos de elementos que producían una sociedad altamente articulada.

Varios veteranos y veteranas de aquella época nos han apuntado, en entrevistas, libros y testimonios, este elemento como fundamental  para la transformación social. Es más, tal como apunta Miguel Núñez en su libro de memorias “La revolución y el deseo”, esa estructura social estuvo en el punto de mira de la represión que los fascistas llevaron a cabo en este País. El juez que le interrogó al acabar la guerra le dijo, refiriéndose a esta cuestión: “...habéis ido demasiado lejos y vamos a enterrarlo todo...” La represión tuvo como objetivo destruir a las personas que fueron capaces de construir esa sociedad tan fuertemente estructurada y combativa porque eso es lo que ponía en peligro los privilegios de clase del imperialismo, la burguesía y sus aliados.

La articulación y vertebración social, es decir, la construcción de sociedad organizada, es la base esencial para la transformación y, esto sólo se puede conseguir defendiendo espacios de encuentro y trabajo social en los que las personas se comuniquen y se informen, dónde se pongan en marcha iniciativas sociales, culturales y solidarias. Espacios de libertad que rompan, en lo cotidiano, el sistema de vida que tratan de imponernos provocando cortocircuitos en toda su cadena de dominación. Y, cuando hablamos de espacios de encuentro, no hablamos de entidades aisladas, si no de centros capaces de coordinarse y extenderse como una gran red. No se puede seguir defendiendo, desde la izquierda, la política del gran centro comercial como elemento de progreso social. Nuestro objetivo principal es sacar a las personas de esos siniestros y alienantes lugares, levantarlas del sillón y mostrar que el ocio no es pasear mirando escaparates, ni permanecer sentados largas horas ante el aparato de televisión. El sistema tiene como objetivo aislar a los hombres unos de otros y incentivar la competitividad entre ellos para explotarlos más. En la medida en que nos comuniquemos unos con otros, estaremos rompiendo sus objetivos.

El establecimiento de proyectos de trabajo concretos, la planificación marcándose objetivos a corto, medio y largo plazo, y la búsqueda de cauces de financiación propios, buscando medios alternativos de autogestión, garantizarán la posibilidad de construir una sociedad civil paralela e independiente del poder del Estado. El compromiso con el proyecto es la garantía de consecución de los objetivos. Los resultados no son siempre visibles de forma inmediata y existe la posibilidad real de tener fracasos puntuales, pero todo esto no debe arredrarnos si somos capaces de trabajar con el pensamiento y la tenacidad de los “corredores de fondo”. La revolución no la hará una sola persona, ni una sola organización, la revolución la realizará el pueblo y será el resultado de la suma de millones de pequeñas voluntades. Aprender a mirar los avances de forma global como la suma de millones de pequeños exitos en la lucha es una buena forma de no desmoralizarse. El viejo refrán castellano de “que los árboles no nos impidan ver el bosque” es la representación más clara de lo que supone el trabajo político.

En todo esto tiene mucha importancia el referente político y la existencia de un “estado mayor” capaz de dotar de dirección política a todo el movimiento. El Partido debe cumplir esa función. Y cuando hablamos de dar dirección política no hablamos de que el Partido sustituya a la sociedad, si no que aporte ideología y elabore propuestas para que ésta conquiste el poder del Estado. Por eso, la labor de un militante es trabajar la base de la sociedad y aportar propuestas que ilusionen a la gente de la calle para que se sume a los proyectos. En eso se basa el concepto de la hegemonía, en la capacidad de los militantes de izquierda para sumar cada vez a más personas al proyecto emancipador, de ser dirigentes en los barrios, en los pueblos, en los centros de trabajo, en definitiva, en cualquier lugar donde haya personas.

Existe una receta para hacer que la humanidad progrese y esa receta no se llama capitalismo, sino socialismo. Hay un camino a la izquierda y debe construirse con todos los elementos positivos del pasado adaptados a las realidades del presente.