viernes, 12 de septiembre de 2003

COMO SER MILLONARIO Y DE IZQUIERDAS

images-5Al hacerse pública la información sobre el patrimonio millonario de un diputado de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid, se abre la posibilidad de generar un debate sobre el modelo de sociedad en el que estamos inmersos y como, desde la izquierda que definimos de alternativa, defendemos, sin darnos cuenta, los valores del sistema que pretendemos transformar.

El título parece el de un nuevo libro de autoayuda a los que tan dados son los americanos. Un nuevo título más de la serie: “Hágase rico en 15 días”, “Las claves de la riqueza”, “La estrategia personal para ser millonario”, etc.  Estos títulos, adaptados a nuestra ideología serían: “Como ser millonario y de izquierdas”, “Hágase millonario y trabaje por el socialismo”, “Manual de bolsa para rojos”. Es una nueva formula para soportar nuestra situación actual y salir de la rutina, la nueva estrategia del marxismo-leninismo: motivar a los militantes para que se hagan millonarios y compatibilizar esta actividad con la lucha por el socialismo, aunque el título que mejor nos irá siempre es: “Como ser rojo y no morir en el intento”. La verdad es que debe ser algo verdaderamente “alucinante” poder manifestarse el Primero de Mayo, con una bandera roja diseñada por Armani, mientras tu chofer da vueltas por Madrid con el Rolls-Royce haciendo tiempo para recogerte en Sol. Es una buena estrategia para vencer al Capital la de hacernos capitalistas para destruirlo desde dentro. Si todos los militantes de izquierdas fuéramos millonarios, haríamos colectas para comprar a todos los diputados del PP y construiríamos el socialismo de forma inmediata –con lo cual dejaríamos de ser millonarios inmediatamente-, tendríamos cadenas de medios de comunicación propias para hablar contra el capital –mientras disfrutamos de nuestro capital- y disfrutaríamos de más tiempo para nuestra militancia, es más, podríamos contratar a gente para que militase por nosotros. Podemos imaginar las conversaciones mientras jugamos al golf: “Este mes voy descontar a mis militantes la prima de productividad de la nómina, no han pegado bastantes carteles” o “el responsable de organización que contraté para la agrupación se ha marchado por que le pagaba más el camarada Antonio”. Todo serían  ventajas.

Hablando en serio, y fuera de bromas. Sin poner en duda la inteligencia, la seriedad y la honorabilidad personal de este compañero, cuando se ha hecho público que es poseedor de un patrimonio de más de mil millones de pesetas, induce, cuanto menos, a reflexionar. Hay muchas personas que, en los últimos años, se han hecho millonarias dentro de los marcos legales existentes sin que nadie ponga “el grito en el cielo”, sin embargo, son los valedores de este sistema los que lo están poniendo ante el hecho de que un rojo sea millonario. Seguramente, este compañero ha obtenido esa inmensa fortuna dentro de esos marcos legales, que ningún tribunal del estado burgués podría condenarle por ello y también, seguramente que, en la base de esa fortuna, se encuentran innumerables horas de trabajo, robadas al sueño, para acumularla, acrecentarla, evaluar las posibilidades de las inversiones a realizar y cuantificar los beneficios de las mismas. Desde la izquierda no debemos, por tanto, discutir sobre la riqueza acumulada por este compañero, sino sobre la contradicción permanente en la que vivimos los militantes y entender que estamos inmersos en una sociedad donde los valores burgueses son hegemónicos, afectándonos a todos en mayor o menor medida.  El compañero ha ganado su fortuna gracias a las posibilidades que el sistema capitalista proporciona para extraer plusvalías a través de formas de explotación que, si bien son legales dentro del estado burgués, no tienen nada que ver ni con los principios, ni con el modelo económico al que aspiramos. Identificamos, sin darnos cuenta, los valores del trabajo con las posibilidades de acumulación de capital en el sistema que padecemos, porque, de todos es bien sabido, desde tiempos inmemoriales -ya lo decían nuestros abuelos- que “nadie se hace rico trabajando”, aunque en el sistema capitalista existen numerosas formas para hacerlo sin quebrantar sus leyes. Por tanto, los defensores del sistema no son quienes para criticar a una persona que ha hecho lo que ellos defienden y sin quebrantar sus leyes. Somos los militantes de la izquierda transformadora los que debemos realizar una auténtica autocrítica, no contra este compañero, sino contra nosotros mismos cuando aspiramos a la acumulación capitalista, cuando invertimos en fondos de inversión, cuando adquirimos bienes inmuebles con ánimo especulativo. Hasta el más radical de nosotros se vuelve un conservador empedernido sólo de pensar que al llegar el socialismo tendría que ceder aquella casa que compró por cuatro y ahora vale cuarenta, aunque se le permitiese vivir en ella toda la vida.

La aspiración a obtener grandes riquezas es algo innato a las personas en un sistema como este. Todos hemos soñado alguna vez con ello, sobre todo cuando tenemos que madrugar para mantener el sofisticado nivel de vida al que nos hemos acostumbrado, tras haber asumido los principios y valores de la sociedad burguesa. Lo que ha hecho el compañero no es, ni más ni menos, que dar satisfacción a esa aspiración al capitalismo popular que subyace en la mente de todos nosotros. El problema comienza cuando olvidamos los principios que defendemos y terminamos justificando que la explotación, en todas sus formas, es aceptable si es legal y confundimos el trabajo intelectual productivo con el trabajo intelectual especulativo basado en la ingeniería financiera (sofisticado galimatías que el capital ha inventado para explotarnos más) o en el ejercicio práctico –y menos sofisticado- de comprar bienes inmuebles cuyo precio de mercado sube y sube como la espuma (hay que recordar que el precio de las viviendas ha subido en los últimos veinte años en más de un mil por cien). Si partimos de esta base estamos legitimando el estado burgués y quitando legitimidad a nuestro propio proyecto ya que, nuestra aspiración debe ser la de construir una sociedad en la que cualquier tipo de explotación (y la extracción de plusvalías a través de la especulación inmobiliaria o la bursátil es una forma de explotación) sea declarada fuera de la ley. Estas contradicciones, que el propio sistema capitalista ha generado en nuestras filas, son las que nos están destrozando desde dentro, como si de un cáncer se tratara. En el mismo momento en que confundimos lo legal con lo deseable estamos dando legitimidad al sistema, colocándonos como sus valedores y no como alternativa al mismo.

Los trabajadores de este país(la gran mayoría votantes de izquierdas) hemos asumido los valores burgueses de la acumulación y la propiedad privada como algo natural y deseable. Todos valoramos más el dinero que el tiempo y preferimos tener propiedades en vez de disfrutar de derechos. Nuestra aspiración debería ser dejar a nuestros hijos, en vez de la propiedad de una vivienda, el derecho consolidado a una vivienda digna mientras vivan y la posibilidad de poder pasearse por el mundo con la garantía de que todas sus necesidades básicas están cubiertas sin tener que explotar -ni ser explotado- a nadie, ni directa, ni indirectamente.

Lo que nos tiene que diferenciar del enemigo no es que cuando nos enriquezcamos lo hagamos dentro de la ley o fuera de ella, o que lo hacemos gracias al trabajo (eso es un engaño que nos hacemos a nosotros mismos), sino que deseamos transformar esta situación; que no aspiramos al enriquecimiento personal respetando las leyes del estado burgués, sino a construir una formación social capaz de generar y socializar riqueza y que deseamos un sistema económico basado en la producción y no en el control financiero. Debemos plantearnos, muy seriamente, si lo que deseamos hacer es enriquecernos  o llevar una vida digna dentro de la realidad social en la que vivimos, pero siempre con el ánimo de pretender transformarla, asumiendo que un día –esperemos que no sea demasiado lejano- seamos capaces de renunciar a nuestras propiedades para poder asumir nuestros derechos como personas de forma colectiva.

Los procesos históricos suelen durar décadas y la rueda de la Historia pasa por encima de todos, por eso hay utopías irrenunciables que muchos sabemos no podremos vivir. Nuestras propias contradicciones, como habitantes de un mundo cuya realidad social no nos gusta, nos obligan a dejar a nuestros hijos las propiedades adquiridas dentro del estado burgués, sin embargo, nuestro sueño debería ser el poder marcharnos con lo puesto, dejándoles un puñado de libros, un buen recuerdo de la persona que fuimos y la garantía de que la propiedad privada desaparecerá para no volverse a poner, nunca, por encima de los derechos de las personas. Debemos estar seguros que, si consiguiésemos conquistar esa utopía, el compañero sería el primero en renunciar a sus propiedades para poder vivir intensamente la felicidad del socialismo. Al igual que todos nosotros ¿no?